Agosto 2, 2016
Palacio de Bellas Artes
Hay dos maneras en que un museo puede existir -decía Julio Cortázar- como un cementerio de arte o como un bosque donde los caminos no han sido trazados; el lugar prefecto para extraviarse. Y aunque la actitud del espectador está íntimamente relacionada con esta disyuntiva, es todavía más importante el caudal de tesoros que el museo resguarda.
Por naturaleza los museos deben guardar tesoros, cosas que siendo magníficas o triviales han sido separadas del mundo por su valor intrínseco o por el que adquieren cuando han sido depositadas en una casa como esta.
Aún los museos más modernos, los menos solemnes y los más interactivos, aún aquellos que se han propuesto desacralizar la cultura, aún ellos enfrentan la necesidad de proteger aquello que consideramos digno de transmitir a las siguientes generaciones.
Dice la Escritura que “ donde está tu corazón esta tu tesoro” ¿Qué es, en ese sentido lo que nuestro corazón ha dejado aquí, en este palacio para siempre?
¿Porqué resguardar y exhibir aquí la memoria de la generación de los contemporáneos? lo qué es tanto como preguntar si aquel accidentado, atormentado y genial grupo es para nosotros algo que debemos atesorar.
Andando a paso de danza como decía Alfonso Reyes -gran amigo y mentor de los contemporáneos como bien recuerda Alberto Enríquez Perea- debemos decir que el espléndido catalogo que hoy se nos presenta es una especie de carta de navegación hacia el tesoro entrañable. Al igual que sucede con muchos de nosotros, algunos de mis primeros recuerdos – y muchos de los mejores- están relacionados con este recinto.
Debo haber sido muy pequeño, venía con mis padres de desayunar en Sanborns de los Azulejos -lo recuerdo muy bien o tal vez lo invento mejor -, la servilleta se me había pegado en los muslos y la traje de adorno hasta que cruzamos la puerta central de este Palacio, que no tenía entonces cajero automático ni arco detector de metales, signos de nuestro tiempo, cuando vi caminar muy lento a un señor que venía rodeado de un grupo de personas que lo escuchaban, él hablaba con serenidad y me pareció que con encanto porque su auditorio no se perdía una sílaba. La imagen me pareció humilde:
-¿Quién es? Le pregunte a mi madre.
- Es Salvador Novo, un escritor.
Y la palabra se me quedo grabada, eso era un escritor, un hombre a quien se escuchaba.
Curiosa coincidencia, especialmente si consideramos que tanto Novo como los demás contemporáneos lo que deseaban era ser escuchados.
La carta de navegación que tenemos a la mano, es un recuento de aquel tiempo que precedió al de los protagonistas de la cultura nacional de hoy.
Padres de una progenie enorme, variada y cosmopolita. Si los ateneístas eran los creadores de una revolución del pensamiento revaluando nuestra identidad, casi diríamos que completándola, sus herederos terminaron de abrir puertas y ventanas y nos trajeron al mundo, lo que otros como Alfonso Reyes habían explorado. Tal vez por eso el nombre de Reyes se repite en varias ocaciones en algunos de los textos recogidos en este testimonio, al final de la jornada una de las joyas que arroja el estudio de los contemporáneos es su forma gregaria, natural, de trabajar, sin manifiestos ni poses. Tan solo por la voluntad de crear que los identificaba.
La exposición y desde luego su catalogo -por llamar de alguna forma a esta ingente enciclopedia de una época- da cuenta de una poderosa voluntad de crear, de decir, de pintar y de estar en un mundo que a veces se mostraba halagüeño y otros terrible, tanto al interior como en el entorno de los miembros de su generación.
En ellos la frontera traspasa a su interior y el exterior de su ser se difumina; dice Gilberto Owen:
Pero me romperé. Me he de romper, granada en la que ya no caben los candentes espejos biselados, y lo que fui de oculto y de leal saldrá a los vientos.
Responde Villaurrutia:
Pongo el oído atento al pecho, como, en la orilla, el caracol al mar. Oigo mi corazón latir sangrando y siempre y nunca igual. Se porque late así, pero no puedo decir porque será. Si empezaba a decirlo con fantasmas de palabras de engaños al azar llegaría temblando de sorpresa, a inventar la verdad: ¡Cuando fingí quererte, no sabía que te quería ya!
Los contemporáneos fueron, al mismo tiempo constructores de instituciones; de la mano y la imaginación de José Gorostiza, Jorge Cuesta, Carlos Pellicer, Samuel Ramos y Xavier Villaurrutia y luego de Torres Bodet y Salvador Novo, el Instituto Nacional de Bellas Artes se instituyó como una figura familiar en nuestra cultura, una institución por la que los mexicanos sentimos un innegable afecto.
Sin embargo, una de las preocupaciones más importantes de los Contemporáneos, y tal vez sea ese el aspecto que los convierte en tesoro, es la belleza, a la que por cierto este catálogo hace indubitable justicia. Su visión universalista los hizo traer, en la plástica, en la construcción de instituciones culturales y su promoción, sobre todo en torno a Antonieta Rivas Mercado, elementos nuevos que en muchas formas romperían con el pasado de la estética y la cultura revolucionaria, y que en otras los llevarían a la perfección de su estilo. Elementos nuevos, mundo nuevo, en todo la vocación de innovar, más que como una postura o un ideal, como una necesidad espiritual derivada tanto de su conocimiento como de su sensibilidad.
He llamado a este catálogo una enciclopedia; y es que en sus más de quinientas páginas se reúne mucho de cuanto sabemos y entendemos sobre esta generación y el mundo que les tocó vivir; aspectos como su relación con los viejos ateístas Pedro Henriques Ureña, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, tratado por Rosa García Gutiérrez y Alberto Enríquez Perea; los contactos entre el surrealismo y los contemporáneos de la pluma de Rafael Vargas y un exquisito trabajo de Guillermo Sheridan en torno a Owen, Amero y García Lorca, que me hizo pensar en una curiosa relación:
Dice Owen:
Sólo tu palabra,
río, deletreada,
repetida, agria.
Sólo las estrellas
-solas- en el agua
y despedazadas.
¡Ya viene la luna!
Río, despedázala,
como a tu palabra
el silencio, como
la noche a la amada,
río, por románticas.
Repone García Lorca:
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Este sentido de movimiento, del astro menor que se vuelve el principal y se acerca, se aproxima al evento de los poetas, es también una señal del apoderamiento del mundo, de su concepto de ser y estar en una comunión con todo cuanto existe; si en los ateístas hubo incesante diálogo, en los contemporáneos ese diálogo se vuelve respuesta creativa que modifica la lectura que tenemos del mundo y crea, al mismo tiempo, un sentido propio de creatividad y sensibilidad.
Creo pues que los supuestos de Cortázar se cumplen plenamente; estamos frente a una exposición que convierte este Palacio en un bosque abierto al extravío y al disfrute; que guarda un tesoro inmenso que está relacionado, sobre todo con nuestra identidad y con la manera que nos asumimos frente al mundo cuando nuestra cultura responde a su voluntad y vocación universalista y disfrutamos, con este catálogo, de una estupenda carta de navegación.
Quisiera terminar con una voz infinitamente más autorizada que la mía, la de un amigo cercano y querido de los contemporáneos, un guía y un fraternal compañero; en una carta rescatada por Enriquez Perea desde la memoria de Rafael Capistrán, Reyes decía a Villaurrutia:
Pero no quiero que nuestro diálogo sea lamentos siempre. Usted siga leyendo y escribiendo, sin levantar la cabeza. O mejor aún (remedio del navegante para no mare3arse), levántela demasiado; mire a lo lejos, no se quede con los ojos fijos en lo que está cerca. Siéntase en comunicación con el mundo y olvídese del barrio en que vive. Mi Dios, nuestro Dios feroz y valiente nos ha dicho “Te salvaré, pero has de olvidar la casa de sus padres y el nombre de tu pueblo”. La idea, la vocación, el espíritu – lo que fuere – es una sirena más; tiene que sacarnos de casa entre las protestas de los vecinos. Sea firme en su vocación, sea fiel a sí mismo.
Un consejo que bien vale para nosotros en en este momento en que todos somos contemporáneos de nuestro siglo.
Muchas gracias.