En la Varsovia ocupada y destruida por los nazis una mujer huye con su hijo al bosque, la relación entre la vida y la muerte, entre la maternidad y la experiencia de la destrucción marcan el juego de la conciencia de una mujer que se pregunta sobre su cuerpo, la trascendencia y el acto de dar vida a un ser humano. Una reflexión profunda sobre la existencia y la condición humana pero, sobre todo, sobre la condición de la mujer en la relación con su cuerpo y el mundo, esto es, una metáfora del universo.
El bosque de Nell Leyshon, Ed. Sexto piso, en El libro nuestro de cada martes desde Youtube
Más citado que leído, vilipendiado antes de ser comprendido, Nietszche es el filósofo perseguido lo mismo que es el pensador vilipendiado por quienes se sirven de sus palabras. Para ahondar en este camino de los libros prohibidos y censurados, la Genealogía de la Moral para libre descarga.
No solo las dictaduras han prohibido los libros; la intolerancia no conoce regímenes ni condiciones temporales. Quemar, avasallar y silenciar han sido soluciones temporales para obras que por su potencia siguen vivas pese a todo. Una mirada a los libros que prohibieron nazis, religiones, totalitarismos y democracias, todo en aras de una falsa tranquilidad, de una ilusión de inmovilidad y silencio.
Comencemos el fin de semana con algo de humor, del más negro, del que vale la pena para hacernos pensar. Imaginemos que Hitler ha vuelto…
El espejo tenía un marco de color naranja. Para más seguridad llevaba escrito encima “Der Spiegel”, o sea, “El espejo”, como si no viera claramente lo que era. Estaba metido por abajo, en una tercera parte, entre varias revistas. Me miré en él.
Tiene cara de Adolf Hitler. – Exacto – dije.
No hablaban mucho, compraban tabaco, el periódico de la mañana; muy solicitado, en especial por la gente mayor, era sobre todo uno llamado Bild, yo supuse que era porque el editor empleaba de preferencia una letra enorme para que las personas con vista cansada pudieran informarse. Una idea excelente, tuve que admitir para mis adentros, en eso ni siquiera había pensado el diligente Goebbels: con esa medida habríamos provocado sin duda aún más entusiasmo en esos grupos de población.
No, humm, cómo le diría: el contacto ha quedado de alguna forma, hummmm…, interrumpido. ¿Le han prohibido el contacto? Ni yo mismo sé explicármelo – dije -, pero seguramente es algo de esa índole. Cielos, pues no da usted esa impresión – dijo con cierta reserva -. ¿Qué barbaridades ha hecho? No lo sé – dije ateniéndome a la verdad -, no puedo recordar el periodo intermedio. A mi no me parece una usted una persona violenta – dijo con aire pensativo
Pero oiga, le habrán entregado su uniforme para entonces, ¿no? – quizá esta misma tarde – la tranquilicé -, porque es una limpieza relámpago. A l oírlo, le entró un ataque de risa
En general, sin embargo, se notaba en seguida que ese Wizgür no sólo no tenía una cosmovisión comparable a la del nacionalsocialismo, sino que no tenía ninguna. Y sin una cosmovisión firme, en la moderna industria recreativa no hay, por supuesto, la menor perspectiva de éxito, y tampoco, a la larga, un derecho a la existencia. El resto lo regula la historia. O la cuota de pantalla.
Pienso a modo de ejemplo, en ese ministro liberal de origen asiático. Ese hombre interrumpió su especialización en medicina para meterse a politicastro, y entonces uno sólo puede preguntarse: ¿y para qué? Bueno, si en lugar de eso hubiera dicho que primero se dedica a terminar su especialización, para después ejercer la medicina durante diez o veinte años a razón de cincuenta, sesenta horas semanales, para más tarde, acrisolado y por la dura realidad, formarse poco a poco una opinión y, una vez afirmada ésta, hacer de ella una cosmovisión, a fin de poder empezar luego, con la conciencia tranquila, un trabajo político razonable, entonces la cosa, si venían a añadirse circunstancias favorables, seguramente habría sido aceptable. Pero ese muchachito pertenece a esa nueva y horrible remesa que piensa: primero nos metemos en política, y las ideas irán afirmándose por el camino de un modo u otro. Y así sale la cosa, en efecto.
Es siempre un procedimiento poco serio el de mostrar cosas aisladas de escasa importancia que dan pequeños toques desagradables a la empresa. Hay por ejemplo una gran autopista que transporta miles de millones de mercancías, relevantes para la economía nacional, y siempre se encuentra al borde del camino un lindo conejillo que tiembla de miedo. Se construye un canal que naturalmente se encuentra a algún que otro pequeño labrador que ha de retirarse y que derrama amargas lágrimas. Pero por eso yo no puedo dejar de lado el futuro del pueblo. Y cuando se ha comprendido que millones de judíos – sí, tantísimos había en aquel entonces -, que millones de judíos deben ser exterminados, entonces, como es natural, siempre hay alguno ante el que el alemán sencillo y compasivo piensa: oh, bueno, tan horrible no era ese judío, a ese o a aquel otro judío se los habría podido seguir aguantando unos años más. Para un periódico así es facilísimo apelar a la faceta sentimental de la gente. Es lo de siempre: todo el mundo está convencido de que hay que combatir a las ratas, pero cuando hay que poner manos a la obra se tiene gran compasión por la rata aislada. Bien entendido: se tiene sólo compasión, no el deseo de quedarse con la rata.
Me presentan a mi y se inspiran en los carteles de antaño. De ese modo llaman más la atención que con todos esos caracteres de imprenta de hoy, por muy sofisticados que sean, dice Sawatszki, y tiene razón. También ha propuesto una nueva divisa, que campea al pie de todos los carteles como elemento de unión. Evoca viejos méritos, viejas dudas, y tiene además un aire entre humorístico y conciliador con el que se puede ganar para el bando propio a los votantes de esos Piratas y de otros grupos jóvenes. El eslogan reza así: “no todo fue malo”. Con eso se puede trabajar.
Hoy conmemoramos a una de las plumas más grandes del exilio republicano español, de las letras hispanas del siglo XX; hombre complejo, multifacético y dotado de un humor a toda prueba. Puente entre escuelas y géneros, amigo de los creadores más importantes de su tiempo y padre de un legado imperecedero: Max Aub.
Dirigido a abogados, filósofos, sociólogos, escritores y creadores de todas las ramas de la cultura, ofrece una serie de reflexiones en torno a la narrativa de lo jurídico y lo literario, una explicación a los fenómenos de nuestro tiempo y una comprensión de la cultura como identidad y clave de interpretación de la realidad. Una visión a los juicios de Oscar Wilde, el Holocausto y el caso Dreyfus. 10 horas con material especializado, audiovisual y textos.
A nada se le tiene más miedo que a lo que no podemos nombrar; aquello cuya leyenda supera la historia y nos tiende trampas en la memoria. Así sucede con Mein Kampf de Hitler.
Sin duda, este es uno de los libros que mayor desolación y destrucción han causado; también es verdad que es un libro que casi nadie ha leído, pero cuya sombra gigantesca sigue obscureciendo el pensamiento y nuestra percepción de humanidad.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta 2016, Mein Kampf fue un libro sin ediciones oficiales, todas las que circularon durante ese tiempo fueron clandestinas y, en consecuencia, de dudosa calidad; sin embargo, en 2016 la obra entró a dominio público y como para evitar la censura el gobierno federal de Alemania prohibió las ediciones como titular de los derechos patrimoniales de autor. Llegado el tiempo de su liberación de derechos patrimoniales el debate se abrió sobre si debía imponerse alguna forma de prohibición, me parece que la razón imperó y el libro se puede encontrar ya en ediciones comentadas, bien hechas y que circulan en para su análisis y estudio, también hay que decir que después del boom de los primeros meses el texto ha vivido una gris medianía.
Antoine Vitkine explora el origen, las influencias y las mecánicas de creación del libro que formó la base ideológica del nazismo, lo desnuda y lo analiza, le quita lo oculto y nos lo muestra tripas afuera. Una oportunidad que no se puede dejar pasar si se quiere, en realidad, saber qué fue ese fenómeno que sigue pesando a la humanidad como una vergüenza.
En esta época que nos ha tocado vivir hemos aprendido, con más intensidad que en generaciones pasadas a convivir con el miedo; aquella sensación ocasional que nos prevenía de los peligros se ha vuelto una forma permanente de afrontar la realidad; tememos un atentado, una variación económica, un berrinche del vecino del norte, incluso que algo mal dicho, alguna actitud antes inocua, despierte la ira de este semidiós descontento y voluble que llamamos las redes sociales. En estos casos me acuerdo de una vieja frase de Benjamín Franklin que decía que alguien que apuesta su libertad a cambio de su seguridad hace un mal negocio porque termina perdiendo ambas.
Alarma, sobre todo, el miedo que hemos aprendido a tener a las palabras. Hace unos días don Arturo Pérez-Reverte publicó un par de tweets donde ironizaba respecto de la sobrepoblación de novelas en torno al tema del Holocausto, se dolía de que no podía escribir nada nuevo porque todos los nombres de novela relacionados con Auschwitz (el músico, el actor, el sastre, la actriz, todos de Auschwitz, Mautthausen y Treblinka) estaban ocupados. De ningún modo hacía escarnio de las víctimas, ni siquiera se refería al hecho histórico que, cualquiera que haya leído algo suyo, sabe que ha denunciado, acusado y rememorado con inteligencia y energía; pero sí señalaba con ironía de un cierto abuso que puede poner en peligro la calidad del diálogo comercializando lo que no debería ser una moda; el Museo del Holocausto y una bandada de anónimos dieron cuenta de su twitter acusándolo y atacándolo por lo dicho y todo se zanjó con una nota del Museo y la respuesta del escritor. El hecho está así, estamos construyendo un lenguaje destinado a ser superficial, inocuo, en el que ya nada se pueda señalar y a fuerza de hacerlo leve y ligero lo vamos vaciando de contenidos para decir sin decir porque tenemos miedo de consecuencias que no tendríamos porqué asumir y de respuestas desproporcionadas. Esto me asusta desde luego.
Durante la época del Holocausto los nazis inventaron un lenguaje eufemístico para que todas sus barbaridades parecieran socialmente aceptables; los campos de exterminio se llamaron “Campos de trabajo”, al genocidio se le denominó “Solución final” al asesinato “Trato especial” y a la desaparición “Paradero desconocido”, incluso, exterminar el nombre de los internos y cambiarlo por el número que constaba el tatuaje, es el más diabólico de los eufemismos. Por eso tratar de quitarle el filo a las palabras es tan peligroso, dejan de ser herramientas de mano para convertirse en bombas cuyo mecanismo de detonación es muy difícil de determinar.
Algunos asuntos como el lenguaje incluyente, del que tanto se ha dicho, resulta por ejemplo un tema de economía lingüística y se reduce a una ironía en la que están envueltos los idiomas. No se puede forzar a una población a establecer modificaciones a un lenguaje, éste evoluciona solo, por sí mismo, cambia y se modifica a un paso lento aún contra los hablantes que no gustan de sus modificaciones; por ejemplo, utilizar el verbo “ocupar” como sinónimo de “necesitar” es una incorrección que está de moda en nuestros días, posiblemente derivado de un uso regional que se ha extendido, el hecho es que si ese error se generaliza, en unos años se considerará un uso apropiado y la Academia de la Lengua lo dará por bueno incluyéndolo en el diccionario, por eso mismo la Academia no puede “prohibir”, primero porque no tiene mecanismos coercitivos – lo cual sería ridículo – y segundo porque no es su tarea, la Academia no guía el cambio de la lengua, lo estudia y lo registra. Existen sí, algunas leyes que desprendemos de la observación; no son normas que se haya inventado alguien sino mecanismos que se observan y son inherentes a los idiomas, por ejemplo el de economía, los hablantes tienden a utilizar la menor cantidad de palabras para comunicarse, por eso señores, incluye “señoras y señores”, niños incluye “niñas y niños” y si en nuestra lengua corresponda al masculino es un accidente del que no podemos tener mayor pista, en otros idiomas hay términos neutros – como en el alemán – o incluso idiomas como el quechua, el farsi, el tagalo y el turco son idiomas sin géneros y nada me indica que en los países donde se hablan esos idiomas desde tiempos inmemoriales las relaciones entre los sexos hayan sido más igualitarias. El hecho está en que podemos usar lenguaje inclusivo, podemos usar la arroba como letra sin género, todo eso pasará en la medida que las leyes idiomáticas hagan su tarea silenciosa, pero lo que hay que hacer, eso sí ya y sin falta, es establecer relaciones igualitarias llamando a las cosas por su nombre.
Si pudiéramos ir despejando nuestros miedos, comenzando por las palabras, podríamos volver al equilibrio que radica en las actitudes y en las conductas, en nuestra capacidad de diálogo para aceptar a los demás con sus defectos y sus virtudes, con sus ideas que no nos gustan pero que pueden enriquecernos, con su presencia en el mundo que podemos no entender pero que sin duda hacen más deliciosa la vida; en fin, que dejemos de temer por la forma en que decimos, con humor o sin él, pero que no perdamos nunca de vista que lo que no podemos hacer es usar palabras lindas para sostener sistemas de explotación patriarcal, exclusión racial, étnica o económica; que lo que no podemos hacer es envolver nuestro odio, nuestro veneno en lindas envolturas ni dejar de decir lo que pensamos porque viene empacado en palabras que tienen filos, aromas y texturas que no a todos nos agradan.
Leer la ciudad es una especie de arte practicado por unos cuantos; para los más, la ciudad se recorre, se habita y, a veces, con suerte, se vive; pero leerla es otra cosa. Modiano es un especialista en la lectura de Paris, de la Lutecia antigua, del París de Haussmann, pero sobre todo, del París de la ocupación. Lo lee y lo recrea, mezcla sus imágenes con el imaginario de sus personajes engarzándolos con delicadeza y elegancia en la memoria de quienes formaron parte de la urbe.
Desde luego, soy un lector asiduo de Modiano, cuando el dieron el Nobel me sentí compensando por nunca atinar a su beneficiario – años ya esperando que le toque a Kundera y a Kadaré – y por sorpresa me vino cuando justamente le vino a Cela. Porque en Modiano encuentro un ritmo poco habitual en la literatura francesa, una forma de narrar que lo aproxima a narradores antiguos, salta y vuelve sobre los recuerdos y se agita, dolorido y misterioso, dentro de la camisa cartesiana que da lustre pero a veces hiere a los escritores de su patria.
Hace unos días me propuse decorar mi biblioteca con fotografías de mis autores no favoritos sino fundamentales, hasta ahora sólo la ornan Balzac y Alfonso Reyes, y cuando terminé mi lista aparecían casi por iguales mexicanos, franceses y españoles, ya se ve, mi radiografía; Modiano es el más joven de la galería y lo merece.
Dora Bruder es una vuelta al Paris de la ocupación siguiendo las huellas de una chica que no volvió más a casa, la breve novela se pierde y se recupera en los entresijos de la persecución, el colaboracionismo y las huellas desmemoriadas que los deportados dejaron tras de sí y, en esa búsqueda, el narrador – que no el autor pero también un poco – se reencuentra con su pasado, con su barrio y con su entorno.
Un libro para no perderse, más bien, un libro para reencontrarse.
Aller au delà de nos limites à travers le monde. J'en suis capable, pourquoi pas toi? Pourquoi pas nous? Ensemble nous sommes invincibles "Je suis femme and i can".